miércoles, 3 de diciembre de 2014

Dhow Harbour, el puerto de los que retan al mar


Está un tanto escondida en la otra esquina del emblemático Emirates Palace, a unos pasos escasos del llamativo paseo marítimo de la Corniche y muy cerca del suntuoso bosque de rascacielos que puebla las calles de la ciudad de Abu Dhabi. Allí, justo al lado de ese mundo fácil de lujo, oropel y fantasía se encuentra medio agazapada la valentía sin estridencias de los hombres que viven de retar al mar.


A la sombra de los grandes palacios, de las sofisticadas boutiques con firmas de renombre, de los rascacielos y de los hoteles de ensueño, un ejército desaliñado de pescadores se enfrenta con coraje a la rutina de extraerle del alma diariamente sus jugos al fondo marino. Buscan el pan en el mar de manera artesanal y en él encuentran la sustancia imprescindible para subsistir. El mar no sabe de geografía ni entiende de religiones, es sacrificado para todo el mundo en cualquier latitud. También en este rincón del planeta los pescadores luchan a brazo partido contra la crudeza del mar para que les permita volver a tierra con el futuro inminente asegurado que cada día precisan. Son vidas que se retuercen al borde del agua, cautivas del esfuerzo y el salitre. 

Al dar la vuelta al dique, después de pasear entre los lujosos barcos deportivos que despiertan envidias y quitan el hipo, uno se tropieza de frente con las viejas embarcaciones tradicionales de madera en Dhow Harbour, el escondido puerto pesquero de Abu Dhabi. Los dhows son naves árabes muy rústicas, impropias de estas latitudes, improcedentes en el fondo y en la forma, recubiertas toscamente con fibra de vidrio pintada para que el agua no haga estragos en sus tripas. La sensación resulta chocante a los ojos del observador. En el país de la grandiosidad los pescadores siguen usando de las llamadas artes menores para ganarse la vida. La opulencia comparte impúdicamente pantalán con el óxido y la carcoma.




Como en el resto del país, también coexisten armónicamente en el puerto de Dhow Harbour diferentes nacionalidades, aunque los tripulantes de estas embarcaciones trasnochadas son casi exclusivamente indios. Hombres jóvenes curtidos en estas lides que faenan diestramente y sin descanso desde mucho antes de hacerse a la mar.

Atracados en la bocana del puerto afinan las herramientas para afrontar la faena que se avecina, disponen minuciosamente los aperos antes de arrancarse a la mar. Reparan y preparan con mimo exquisito las trampas que van a utilizar para pescar, una especie de  jaulas semiesféricas gigantescas hechas de alambre trenzado muy ligero. Visan y revisan su estado. Pausadamente. Una vez afinadas cargan con ellas el viejo barco hasta los topes. Van entrando en la cubierta más de las que caben. Las nasas desbordan las bordas. La embarcación queda oculta bajo la maraña de alambre. Es el indicador definitivo, el aviso que señala con precisión la hora de partir.



Al caer la tarde se adentran ceremoniosamente en la noche. Aunque la mar no es brava por estas latitudes avanzan lentamente. Van soltando las nasas aplomadas a lo largo de un circuito estratégico en estas aguas poco profundas del Golfo Pérsico para recogerlas llenas de tesoros marinos al amanecer. Crustáceos y pescados diversos se van amontonando sobre la cubierta. Los descartes son nulos. El impacto de estas poco agresivas artes menores sobre el ecosistema es mínimo. Algo más a valorar en esta gente laboriosa. De regreso a casa, las capturas favorecerán el júbilo o harán cundir el desánimo entre estos trabajadores del mar cuando la proa pone rumbo al refugio portuario.



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