lunes, 8 de diciembre de 2014

Hacer las Américas en Abu Dhabi


Adrián López es un joven ingeniero al que la vida ha empujado hacia esta esquina de Oriente Medio en busca de mejores horizontes. "Está claro que el momento no es como para andar desaprovechando oportunidades".

Adrián tiene incrustada en su alma gallega la morriña. Debido a sus antecedentes genéticos el alejamiento de las raíces, el quebranto familiar y la distancia no le suenan a algo extraño. Su madre le había contado con detalle lo que para ella había supuesto que en los años cincuenta los abuelos hubiesen emigrado a Venezuela buscando el futuro que en Lugo no acababan de encontrar para sus cuatro hijos. Sesenta años más tarde a él le ha tocado venir a hacer las Américas a Abu Dhabi. Hoy el destino no es Sudámerica, es Oriente Medio. "Hay que adaptarse, es lo que toca". Otra cultura con la que convivir, otros códigos de conducta, otro clima, otras costumbres.



A más de seis mil kilómetros Eva, su mujer, espera la llegada de su primer hijo. "No solamente es duro lo de la distancia para un emigrante, es que me resisto a ser padre desde lejos. He querido tener una familia y un hijo para crecer con ellos, no para estar unidos por internet". 

A pesar de llevar solamente un año en los Emiratos, Adrián ha procurado y ha sabido integrarse en la vida local. "Algunos expatriados se mueven en un pequeño círculo con gente de su país. Yo prefiero no restringirme. Creo que es más interesante y más enriquecedor. No tiene sentido encerrarse".




Adrián se siente a gusto. "Aunque las dificultades son innegables hay que reconocer que la vida aquí es cómoda. Una de las cosas más llamativas es la total seguridad que hay. Dejo el coche abierto, encendido y con todas las cosas dentro, ordenador, cámara, incluso dinero y tengo la certeza de que no va a pasar nada. Todo el mundo hace lo mismo y nunca he oído que a nadie le robasen. Los robos están muy mal vistos en el mundo islámico. También es verdad que las penas son muy severas y eso ahuyenta a los ladrones". El tema del alcohol también es delicado. "Estamos en un estado musulmán tolerante con los de fuera y permisivo con sus costumbres pero no nos podemos pasar. Es un delito grave conducir habiendo bebido. El nivel de tolerancia es cero. Aunque no hay controles de alcoholemia está considerado como un delito muy grave. Si en un percance de tráfico algún conductor, aunque no sea causante del accidente, ha bebido, la pena es muy alta, cárcel y expulsión del país si es extranjero. Nosotros también debemos de ser respetuosos con ellos. Durante el Ramadán los que no somos musulmanes no ayunamos pero, por ejemplo, no podemos comer, beber o fumar en público".

Le falta la familia y los amigos españoles, pero se encuentra a gusto aquí ("por suerte ya no es como antes, que emigraban y tardaban meses en tener noticias de sus familiares. Hoy, las nuevas tecnologías, internet, Skype y las redes sociales te permiten estar en contacto permanente con los tuyos, tanto como si estuvieses allí"). También le gusta que no se paguen impuestos ("con el mismo sueldo es como si ganases más dinero") y le parece genial que el precio de la gasolina sea tan barato. "El litro cuesta 28 céntimos y llenar el depósito 16 euros". Como gallego que es, a Adrián le molestan las altas temperaturas que hay que soportar en Abu Dhabi durante el verano. Una ley permite a los trabajadores interrumpir su tarea cuando la temperatura alcanza los 50 grados.


"El ritmo al que se construye es desenfrenado. La población hoy es de un millón de habitantes pero era de 60.000 hace solamente 40 años. Esto da una idea de la velocidad a la que se construye. Hay proyectos muy interesantes como la isla de la cultura, la cual va a albergar 5 museos, Louvre Abu Dhabi, Fayed National Museum, Guggenheim, Performing Art Center y Maritim Museum, diseñados por los más importantes arquitectos como Jean Nouvel, Norman Foster, Frank Gehry, Zaha Hadid y Tadao Ando. Por suerte mi empresa, San José, está implicada en la construcción del Louvre y también en la del nuevo hospital de Al Ain".

"Parte de mi actividad dentro de la empresa está dedicada al sector de la generación y transporte de energía eléctrica. Los Emiratos pretenden generar en 2020 gran parte de la energía eléctrica que se consuma y quieren hacerlo a partir de dos fuentes, recursos renovables, principalmente solar, y energía nuclear. Se han dado cuenta que estas fuentes de generación de energía, con las tecnologías actuales, son maduras y competitivas, por lo que les resulta más interesante seguir exportando el petróleo que quemarlo para generar la energía eléctrica que precisa el país".

 

miércoles, 3 de diciembre de 2014

Dhow Harbour, el puerto de los que retan al mar


Está un tanto escondida en la otra esquina del emblemático Emirates Palace, a unos pasos escasos del llamativo paseo marítimo de la Corniche y muy cerca del suntuoso bosque de rascacielos que puebla las calles de la ciudad de Abu Dhabi. Allí, justo al lado de ese mundo fácil de lujo, oropel y fantasía se encuentra medio agazapada la valentía sin estridencias de los hombres que viven de retar al mar.


A la sombra de los grandes palacios, de las sofisticadas boutiques con firmas de renombre, de los rascacielos y de los hoteles de ensueño, un ejército desaliñado de pescadores se enfrenta con coraje a la rutina de extraerle del alma diariamente sus jugos al fondo marino. Buscan el pan en el mar de manera artesanal y en él encuentran la sustancia imprescindible para subsistir. El mar no sabe de geografía ni entiende de religiones, es sacrificado para todo el mundo en cualquier latitud. También en este rincón del planeta los pescadores luchan a brazo partido contra la crudeza del mar para que les permita volver a tierra con el futuro inminente asegurado que cada día precisan. Son vidas que se retuercen al borde del agua, cautivas del esfuerzo y el salitre. 

Al dar la vuelta al dique, después de pasear entre los lujosos barcos deportivos que despiertan envidias y quitan el hipo, uno se tropieza de frente con las viejas embarcaciones tradicionales de madera en Dhow Harbour, el escondido puerto pesquero de Abu Dhabi. Los dhows son naves árabes muy rústicas, impropias de estas latitudes, improcedentes en el fondo y en la forma, recubiertas toscamente con fibra de vidrio pintada para que el agua no haga estragos en sus tripas. La sensación resulta chocante a los ojos del observador. En el país de la grandiosidad los pescadores siguen usando de las llamadas artes menores para ganarse la vida. La opulencia comparte impúdicamente pantalán con el óxido y la carcoma.




Como en el resto del país, también coexisten armónicamente en el puerto de Dhow Harbour diferentes nacionalidades, aunque los tripulantes de estas embarcaciones trasnochadas son casi exclusivamente indios. Hombres jóvenes curtidos en estas lides que faenan diestramente y sin descanso desde mucho antes de hacerse a la mar.

Atracados en la bocana del puerto afinan las herramientas para afrontar la faena que se avecina, disponen minuciosamente los aperos antes de arrancarse a la mar. Reparan y preparan con mimo exquisito las trampas que van a utilizar para pescar, una especie de  jaulas semiesféricas gigantescas hechas de alambre trenzado muy ligero. Visan y revisan su estado. Pausadamente. Una vez afinadas cargan con ellas el viejo barco hasta los topes. Van entrando en la cubierta más de las que caben. Las nasas desbordan las bordas. La embarcación queda oculta bajo la maraña de alambre. Es el indicador definitivo, el aviso que señala con precisión la hora de partir.



Al caer la tarde se adentran ceremoniosamente en la noche. Aunque la mar no es brava por estas latitudes avanzan lentamente. Van soltando las nasas aplomadas a lo largo de un circuito estratégico en estas aguas poco profundas del Golfo Pérsico para recogerlas llenas de tesoros marinos al amanecer. Crustáceos y pescados diversos se van amontonando sobre la cubierta. Los descartes son nulos. El impacto de estas poco agresivas artes menores sobre el ecosistema es mínimo. Algo más a valorar en esta gente laboriosa. De regreso a casa, las capturas favorecerán el júbilo o harán cundir el desánimo entre estos trabajadores del mar cuando la proa pone rumbo al refugio portuario.



lunes, 1 de diciembre de 2014

Oyendo crecer los rascacielos


Desde cualquier punto de Abu Dhabi se percibe con nitidez cómo esta ciudad se va haciendo deprisa entre el desierto. Un día te despiertas y ves que le han salido a la arena unas oscuras líneas de asfalto. Después, sin que te des cuenta, alguien pinta sobre ellas los pasos de peatones y coloca los semáforos. Al día siguiente los laterales de las avenidas ya aparecen sembrados de grandes palmeras y así, aunque no te pares a pensarlo, has asistido al nacimiento de otro trozo de ciudad. Ya tenemos a la criatura en marcha, ya se siente su empuje, ya hay vida y urbanización suficiente para empezar. Muy poco tiempo después, en algunos de los espacios intermedios entre las calles asfaltadas aparecen ceremoniosas unas grúas gigantescas para saludar al recién llegado, mientras en el suelo se amontonan las pilas con materiales de construcción por arte de magia. Si permaneces un rato despierto en medio de la noche y te apetece, puedes oír cómo crece una torre que cuando amanece tiene cincuenta pisos y antes de que hayas terminado de leer el periódico ya está acristalada. Estando atento puedes comprobar que los ascensores se van llenando de gente con muebles. Así se vive en directo cómo empieza a ver la luz del día una nueva torre y así se oye madurar la abundante cosecha de rascacielos de este año.



Da la sensación de que Abu Dhabi es una obra permanente, una construcción inacabada en la que los edificios brotan de la arena en sesión continua, sin interrupciones, sin descanso. Una de las cosas que llama la atención es que aquí no hay casco urbano antiguo, no hay edificios históricos como en el resto del mundo, no existe la parte vieja como en la mayoría de las ciudades. En Abu Dhabi no existe la antigüedad. En este rincón del planeta toda la urbe parece haber nacido al mismo tiempo, toda la cosecha de rascacielos está madurando simultáneamente y lo hace de la noche a la mañana. Cualquiera que pasee por la calle puede comprobar cómo gracias al petróleo sale dinero a espuertas de las alcantarillas. Fluyen riadas de dólares que rápidamente se van convirtiendo en edificios gigantescos, en coches imponentes, en puentes de diseño, en autopistas de seis carriles o en grandes parques con palmeras. Los efectos de la abundancia son inmediatos e innegables. En medio del Golfo Pérsico Abu Dhabi se disfraza de Nueva York en un par de semanas. Y además se adorna el traje con una llamativa Sorbona, un Louvre de infarto y un envidiado circuito de Fórmula Uno.




Por las amplias avenidas recién asfaltadas relinchan con estruendo los motores caprichosos de los mejores coches del mercado. Los minaretes de las mezquitas mantienen como pueden el brillo de la fe arrinconados contra las paredes acristaladas de los enormes edificios de oficinas. El tiempo pasa deprisa, el sol se acuesta temprano. Es como una señal para que las calles comiencen a poblarse de gente que huye apresurada de la rutina laboral hacia el cobijo familiar o hacia los campamentos de descanso para los trabajadores extranjeros. Ajena a la desbandada general la luna escurridiza busca el cobijo adecuado detrás de las palmeras más allá del horizonte. Le apetece acurrucarse, escapa de los focos. No quiere dejarse fotografiar.

El silencio de los labour


En Abu Dhabi se vive por todo lo alto. Pero no solo en cuanto al nivel de vida que la abundancia del petróleo facilita, sino porque también la mayor parte de las viviendas son de gran altura. Prácticamente la totalidad de estos edificios gigantes son acristalados y sin ventanas, por lo que resulta extremadamente complicada la limpieza exterior. Ya hay sistemas automáticos que lo resuelven pero cuando uno camina por la ciudad todavía se ven a menudo obreros alpinistas colgados de las fachadas afanados en estas labores de vértigo.


La mano de obra sin cualificar es muy barata en los Emiratos y hace falta mucha para mantener el ritmo alocado al que van creciendo los rascacielos. De forma un tanto despectiva se habla genéricamente de esta gente como los “labor” o los "labour". A estos hombres poco visibles en los centros comerciales, en los hoteles o en las piscinas de los grandes edificios que ellos mismos construyen, los contratan por cientos en sus países de origen. Vienen por oleadas de Bangladesh, Nepal, Pakistán, India, Palestina, Siria, Jordania, Iraq o Filipinas. Los "labour” están un tanto escondidos y son silenciosos. Si uno se empeña les puede ver haciendo su trabajo, normalmente con poco entusiasmo, pero raramente se les encuentra por la calle fuera de él. No se mezclan con los emiratíes ni viven en la ciudad. Se diluyen. Desaparecen del mapa por arte de magia justo desde el momento que empieza a caer el sol. Cuando terminan la jornada laboral un autobús escoba los recoge diariamente para trasladarlos hacia las afueras. Las mismas empresas se encargan de llevarlos hasta los campamentos (camps) en los que residen y en los que pasan el resto del día.

Los autobuses recogen a los trabajadores al finalizar la jornada


Los nacionales apenas suponen el 20% de la población en los EAU. Ellos son la élite, los que ocupan los puestos de responsabilidad en la administración pública y en la empresa privada. El resto de la mano de obra cualificada la componen titulados europeos, norteamericanos y australianos fundamentalmente. Las buenas y numerosas oportunidades profesionales para arquitectos, ingenieros y licenciados atraen como expatriados a miles de occidentales. Por último, a otro nivel y en escalones inferiores, es muy notable la presencia de otros árabes (libaneses, sirios, palestinos, marroquíes, egipcios, jordanos, iraquíes...) así como también la de paquistaníes, indios y filipinos, para nutrir al país de la mano de obra no cualificada que precisa. 


En determinadas ocasiones han surgido polémicas en relación a los derechos de este sector de la población por considerar que se violan de manera sistemática. Estos trabajadores son contratados de forma masiva en sus países de origen por empresas de reclutamiento y es cierto que desde un punto de vista occidental se puede considerar que están esclavizados. Así ha salido en repetidas ocasiones a la opinión pública porque realmente trabajan duro, viven todos juntos en barracones y el salario que perciben es reducido (entre 200 y 400 euros al mes). Algunas asociaciones sindicales internacionales lo han puesto de manifiesto y se han quejado de ello. Las condiciones laborales de estos trabajadores se han querido comparar a una situación de moderna esclavitud y aunque el derecho de huelga no se reconoce en los Emiratos, hace algún tiempo han realizado paros laborales para dejar constancia de la situación.


En este sentido se han logrado de un tiempo a esta parte importantes avances. El gobierno se ha preocupado de que la situación de estos inmigrantes sea cada vez mejor y hace rigurosas inspecciones a las empresas que regentan los campos de trabajo para que las condiciones de vida, higiénicas, sanitarias y existenciales sean lo más adecuadas. Están articulados controles minuciosos para lograrlo y se han aprobado una serie de reformas para luchar contra las prácticas laborales abusivas. Así, por ejemplo, ahora los trabajadores tienen derecho a elegir el patrocinio de los empleadores (antes no podían cambiar), éstos ya no pueden retener los pasaportes de los trabajadores como venían haciendo y hay contratos de empleo obligatorios que protegen los derechos de los trabajadores en relación al salario, el alojamiento, la atención médica y la jornada laboral.

Módulos de vivienda en un campo de trabajo
No cabe duda de que aún así las condiciones de trabajo siguen siendo duras, la jornada laboral es larga, estos trabajadores viven durante un tiempo alejados de su familia y residen agrupados en campamentos colectivos porque no pueden disponer de una casa propia. Pero la mayoría asumen sin contrariedad la situación porque la vida que llevaban en su país de origen, sin dinero y sin empleo, era mucho más delicada que la actual y porque gracias al sueldo que perciben (que prácticamente puede ahorrar en su totalidad al tener garantizado el alojamiento y la manutención) su familia puede vivir sin complicaciones en su país.

El día de cobro los trabajadores envían dinero a su país
Según el último Monster Middle East Employment Index, Emiratos Árabes Unidos registró el más alto crecimiento de empleo (un ocho por ciento) en el último año (entre septiembre de 2013 y septiembre de 2014).